Por: Felipe López Rojas, Maestro de Música
“Entre nosotros y la escritura, entre nosotros y la música o los juegos, nada debe imponerse”.
(Pescetti, 2018, p. 15)
La música está presente en la cotidianidad de nuestra vida y es fundamental para dar color al paisaje que acompaña nuestra realidad. Desde el desarrollo temprano, se convierte en el medio para experimentar con los sentidos y explorar el mundo que se abre ante nuestros ojos, siendo el puente que permite que las grandes fantasías sean escuchadas y que las bellas intenciones se unan en un lenguaje, a través de un incesante trabajo en equipo o de un arduo proceso individual que llevarán a la consecución de procesos significativos. Sin olvidar que la creatividad y el disfrute, son parte esencial en el acompañamiento de dichas experiencias.
La experiencia musical desde el aula debe plantear diferentes maneras de abordar el aprendizaje, teniendo en cuenta que debe ser fiel a la necesidad más básica, disfrutar de ésta. En las primeras etapas de desarrollo, el juego musical y corporal se convierte en aliado para interiorizar conceptos musicales que serán la base de una experiencia significativa en la música. A través de éste, inicia la sensibilización desde la visión de cada niño o niña, acercando el lenguaje musical a sus propias realidades, dando libertad y seguridad para expresar lo que sienten en el contexto musical. Desde que comunica su nombre con una canción, representa animales y objetos con su cuerpo, juega a hacer música con pelotas y vasos, salta y corre al ritmo de un tambor o una guitarra, logra ser reconocido en su contexto inmediato y se comunica a través del juego, su entorno más seguro, este espacio permite que la creatividad empiece a desarrollarse a través del lenguaje musical, siendo los niños y las niñas principales protagonistas en su aprendizaje.
El pulso y el ritmo acompañan los juegos musicales interiorizando el cuerpo como instrumento, reconociendo su importancia en la práctica musical y sentando una base significativa para su desarrollo corporal y musical. “Desde la vida fetal hemos sentido el ritmo maternal a través del pulso, la respiración, los latidos cardiacos, etc. Nacemos rítmicos y tenemos la necesidad de reencontrar esos ritmos naturales, desarrollarlos por la repetición y variación de respuestas rítmicas dadas.” (Bernal y Calvo, 2000). Siempre es primordial dar espacio a la niñez en el aula de música y volver a la infancia, viendo la música como lo que realmente es un espacio de infinitas posibilidades, fantasías, paisajes e historias. En face la experiencia musical de niños y niñas se vive a través del juego, creando entornos seguros de experiencia musical y afianzando una visión más divertida del aprendizaje, entendiendo que hacer música es jugar y disfrutar cada experiencia que este lenguaje nos ofrece.