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¡No me gusta!

Por: Francisco Córdoba. Maestro de Lengua Materna

En nuestra profesión como docentes nos encontramos con expresiones como: ¡No me gusta!, ¡no quiero!, ¡detesto eso!, etc. Tales expresiones, en primer momento, nos pueden llevar a entender que la actitud del estudiante es difícil, rebelde o apática. Si le sumamos que el aprendizaje es un acto que surge de la propia intencionalidad; es decir, es un acto volitivo, nos quedaríamos sin herramientas.

Sin embargo, cuando comprendemos que tanto la voluntad como las emociones son construidas, movidas por los actos intencionales, y estos, a su vez, constituidos por las creencias, deseos o intenciones; nos permite comprender que sí poseemos herramientas para acompañar a nuestros estudiantes a que aborden aquella actividad o proceso pedagógico que no le ven sentido.

Antes de reflexionar sobre qué herramientas disponemos, analicemos qué comprendemos por intencionalidad.

La intencionalidad, según Searle (2002), puede ser entendida como estados mentales que se dirigen a, o tratan de, o se refieren a, o apuntan a estados de cosas (o situaciones) en el mundo, las cuales forman nuestra experiencia y nos disponen o indisponen a nuevas experiencias. En este sentido, Serle aclara que el estado intencional se satisface si el mundo (la realidad) es según la representación del estado intencional. Como indicamos anteriormente, estos estados se constituyen por las creencias, deseos o intenciones. Las primeras pueden se verdaderas o falsas, los segundos pueden cumplirse o frustrarse y las terceras pueden ser llevadas a cabo o no (Searle, 2001)

Ahora veamos algunas de las herramientas:

  • La primera, que es la más fundamental, es la reflexión; que es fortalecida por el autoconocimiento, la autogestión, la autoevaluación y coevaluación. Ejercicios que permiten generar entendimiento y plasticidad de las creencias o intenciones, de modo que tanto las emociones y la voluntad se ajustan o direccionan a nuevos sentidos de mundo.
  • La segunda herramienta es la mayéutica, que a través de la pregunta el estudiante cuestiona sus creencias (por ejemplo: las matemáticas son difíciles), reconstruye lo que entiende de, comprende de; aprende a cuestionarse y cuestionar.
  • La tercera, la responsabilidad de su aprendizaje, si el estudiante comprende que el aprender es un acto voluntario y que nadie puede obligarlo a aprender, y que no podrá de legarlo a otro, por tanto, no podrá evadir su responsabilidad. También este ejercicio le ayuda a aprender a aprender, en otras palabras, a generar la capacidad de reflexionar sobre su aprendizaje, a autorregularlo mediante el uso de estrategias que le ayuden a facilitar la compresión o los procesos.
  • Por último, el diálogo. Este es fundamental, pues es a través de él que entendemos a nuestros estudiantes, conocemos sus intereses, temores y odios. Esto implica la necesitad de general unas relaciones, no basadas en el poder, sino en la empatía y el respeto para lograr ser confiables.

La aplicación de estas herramientas no se puede lograr de un momento a otro se necesita de tiempo paciencia y determinación, también cada estudiante como sujeto único tendrá su propio tiempo y forma de construir su mundo. 


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