Por Yohanna Aldana, maestra de Inglés.
“Eran las 11:30 p.m., y había estudiado toda la tarde tratando de recordar fechas y lugares de mi clase de historia, con la tranquilidad de un examen preparado me fui a dormir, pensando que era un 100 garantizado y me fui a descansar, cual sería mi sorpresa al comprender que no me había dado cuenta que el examen era solamente de la primera unidad, siendo la única que no me había estudiado, obviamente mi cara de desilusión fue mayor cuando mi compañero de pupitre quien me dijo que solo había estudiado esa unidad, me alardeaba su 100 y yo con mucho esfuerzo había logrado solamente un 25. Después de haber estudiado tanto, de haberme negado rotundamente a salir a jugar con mis amigos, no había cenado y le había prometido a mi mama una excelente nota. Aunque sé que esto fue en parte mi culpa, no pensaba que fuese justo después de todo”.
Este relato refleja una de las tantas experiencias que muy probablemente muchos han vivido, da muestra de un proceso de aprendizaje impregnado de la educación tradicional, donde evidentemente el estudiante no participa y no es activo, donde es requerido tener cierto conocimiento que muy seguramente al cabo de unos días o meses, se va a olvidar, en vez de tener la confianza y capacidad para saber dónde buscar la información y qué hacer con ella; como lo menciona Chávez (2011), la educación tradicional ha sido y es, represiva y coercitiva en la parte moral, memorística en lo intelectual, discriminatoria y elitista en el plano social, conformista en lo cívico; produciendo un estudiante pasivo en lo intelectual, no creativo y sin iniciativa. Afirma además que los estudiantes siempre tienen la sensación de no saber exactamente por qué o cómo fue que obtuvieron una nota aprobatoria o no.
En este sentido es claro lo que sigue planteando el sistema educativo actual, fomentar habilidades para ser capaz de leer, escribir y contar, basado en la unidad-tiempo, que busca abarcar la mayor cantidad de contenidos en un tiempo determinado Sturgis (2015). Sistema que continúa empeñado en no actualizar, ni preparar a los hijos para el mundo actual, es el momento de reescribir nuestra formación, poniendo como centro al individuo, sus valores y su capacidad creativa en innovadora, que en resumidas cuentas es lo que nos diferencia de las máquinas.
Hacer parte de un proceso educativo conlleva a pertenecer a una comunidad con distintas identidades y perspectivas respecto a la enseñanza-aprendizaje estándar, un estándar que la mayoría de las veces parece estar asociado a un sistema apropiado para todos; sin embargo, cada uno tiene distintas personalidades, visiones de mundo y formas de aprender. Por lo anterior, se entiende que dependiendo de cómo se enseñe y quién enseñe surgirán diversas reacciones de parte de los estudiantes que, a su vez, marcarán su experiencia de vida, la cual puede llegar a ser enriquecedora o frustrante y también determinará en gran medida las futuras elecciones con aciertos o fracasos.
Al poner al estudiante como protagonista y centro en su proceso de aprendizaje, comprendiendo que es un individuo único, que necesita desarrollar su ser teniendo en cuenta todas las áreas de su vida; partiendo del amor, reconociendo su particularidad y dando cabida a todas sus expresiones y preferencias, permitiéndole ser sin prejuicios, esa parte académica (que para la educación tradicional es lo primordial y no la persona) fluirá sin necesidad de amenazas ni represión, sin reprimendas ni subordinación, que es justamente lo que en el colegio face se pretende con la implementación de una filosofía que, por 41 años, ha logrado formar personas que no solo dan resultados en lo que respecta a lo intelectual, sino también con valores, críticas, que se reconocen y reconocen a los demás generando el mayor número de beneficios de manera recíproca.