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El arte que nace en las alas de un insecto: una experiencia con el grupo Auguste Renoir

Mirar lo pequeño para descubrir lo grande.

Recuerdo claramente un día en que, durante una caminata con los niños, nos detuvimos a observar una mariquita que descansaba sobre una hoja verde. Lo que para muchos adultos podría parecer un detalle sin importancia, para ellos se convirtió en un universo. Con asombro comenzaron a inventar historias: uno decía que la mariquita llevaba un vestido rojo de fiesta, otro aseguraba que sus manchas eran botones mágicos, y alguien más comentó que viajaba por el mundo escondida entre las flores.

Ese instante me recordó que la observación de insectos no es un ejercicio trivial; es una puerta que abre paso al arte, a la imaginación y a la creatividad infantil. En la relación viva con la naturaleza, cada insecto se convierte en maestro silencioso y cada mirada en un camino hacia la expresión artística.

Por: Estefanía Moreno, Maestra de Socio Naturales y Materno.

En la enseñanza tradicional, muchas veces el arte se reduce a técnicas rígidas y resultados “correctos”. Sin embargo, en pedagogías más abiertas, se entiende que la naturaleza es un espacio pedagógico que ofrece infinitas posibilidades. Rudolf Steiner (1995) afirmaba que el contacto con los ritmos naturales fortalece la imaginación del niño y lo impulsa a crear desde dentro. Cuando los niños observan un escarabajo brillante o una libélula en vuelo, no solo ven un insecto, sino un conjunto de formas, colores y movimientos que los invita a dibujar, pintar, escribir o inventar historias. El arte que surge de ahí no es copia, sino interpretación creativa.

 Aprender con todos los sentidos. 

María Montessori decía que “nada entra en la mente que no haya pasado antes por los sentidos” (Montessori, 1965). Y esto lo veo reflejado cuando los niños se acercan a un insecto: miran sus colores, escuchan el zumbido de una abeja, tocan suavemente la hierba donde camina una hormiga, incluso imitan los saltos de un saltamontes entre risas. De esa experiencia sensorial nace un “aprendizaje sensible”, donde el dibujo no busca precisión académica, sino transmitir la emoción de lo observado. Así, el arte se convierte en un lenguaje más de esos “cien lenguajes del niño” que señalaba Loris Malaguzzi en la pedagogía Reggio Emilia (Edwards, Gandini & Forman, 1998).

Lo más bello de estas experiencias es ver cómo los niños disfrutan del proceso. Cuando logran que una mariposa se pose cerca, sonríen con una mezcla de sorpresa y ternura. Cuando dibujan sus alas, aunque los trazos sean irregulares, sienten orgullo y entusiasmo. El arte deja de ser una tarea y se convierte en una celebración. Ese disfrute es fundamental. Richard Louv (2005), en Last Child in the Woods, advierte que los niños de hoy corren el riesgo de crecer desconectados de la naturaleza.

A través de la observación de insectos y la creación artística, no solo recuperan ese vínculo, sino que lo disfrutan de una forma profunda y significativa. Arte, ciencia y vida cotidiana. La observación de insectos también abre la puerta a la ciencia. Los niños preguntan: ¿por qué tiene tantas patas?, ¿Cómo vuela?, ¿de qué se alimenta? Y esas preguntas no interrumpen la creación artística, sino que la alimentan. Un dibujo de una abeja se convierte en excusa para hablar de polinización, un poema sobre una hormiga lleva a descubrir la organización de su colonia.

Así, el arte y la ciencia dejan de ser áreas separadas y se encuentran en un camino común, donde los niños aprenden desde la experiencia, la curiosidad y la conexión con la vida.

Una lección para los adultos

Cada vez que acompañó a los niños en estas experiencias, confirmó que el arte no está solo en los museos ni en las clases de pintura. Está en los ojos que miran con asombro, en las historias que inventan al ver un insecto, en los trazos espontáneos que llenan sus cuadernos. Ellos me enseñan a mí, tanto como yo a ellos.
Me recuerdan que la educación no es transmitir contenidos, sino acompañar procesos vitales de descubrimiento y creación. Me recuerdan que el arte en la infancia nace del asombro y que los insectos, pequeños y a menudo invisibles para los adultos, son grandes maestros de sensibilidad y creatividad.

La observación de insectos se convierte en un acto de arte y de vida. Los niños disfrutan, aprenden y crean desde el contacto con la naturaleza. Allí, en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo que vuela o se arrastra a nuestro alrededor, descubren un universo que los inspira a dibujar, cantar, escribir y soñar. Quizá el verdadero reto para nosotros, como adultos y educadores, es aprender a mirar con ellos: detenernos, asombrarnos y descubrir que el arte también está en las alas de una mariposa o en los pasos diminutos de una hormiga.


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